Carta de Juan Carlos Rodriguez Ibarra

40 AÑOS DESPUÉS… ¿CÓMO PERCIBIMOS LOS EXTREMEÑOS NUESTRA PROPIA IMAGEN?
Estamos en febrero de 2023. Una mera observación de la realidad nos conduce a saber que todos los que siguen queriendo fracturar la soberanía nacional, se dedican a mirar a su pasado. Pretende decirnos que ellos son hijos de un pasado, hijos de algo, hijos de algo anterior a ellos, de lo que se sienten herederos. No les importa tanto lo que son ahora sino lo que fueron en el pasado. Nosotros, los extremeños, en febrero de 1983 o en reformas posteriores del Estatuto de Autonomía ¿tendríamos que haber reclamado, por ejemplo, ser nación, o realidad nacional, o nacionalidad histórica para ser más nosotros, para ser más extremeños?
Hace solo cuarenta años que nacimos como Región con instituciones de autogobierno. Hace cuatro décadas que ya somos algo más que dos provincias. Nuestra identidad como extremeños no reside en nuestro pasado sino en el futuro que estamos construyendo entre todos. En eso consisten nuestras señas de identidad, en no mirar hacia atrás sino en mirar adelante.
Pero para ello es necesario un ejercicio de confianza en nosotros mismos. Fíjense en lo fácil que es el ejercicio que propongo. Se trata, sencillamente, de elegir todos los días entre pensar en que no hay nada que hacer en Extremadura o pensar que todo lo que nos propongamos, todo lo que queramos hacer, podemos hacerlo. Y en ese ejercicio deberíamos participar todos para, con inteligencia, conocimiento y aproximación a la verdad, desprendernos de aquellos tópicos y mentiras que tanto daño nos hicieron y que todavía nos siguen haciendo.
La primera mentira que debemos desterrar es el origen de nuestro nombre. Extremadura ni es el extremo del Duero ni, mucho menos, la unión de dos adjetivos, extrema y dura, que da lugar a un sustantivo. Tan absurdo como si alguien dijera que Andalucía es la unión de un verbo, anda, y de un nombre, Lucía. O Zaragoza es la unión de un nombre, Zara y de un verbo, goza. La realidad es que el término Extremadura se utilizaba desde el Medievo para designar las tierras que limitaban el reino cristiano. Y tan Extremadura era nuestra tierra como la zona pirenaica del Ebro, o las fronteras lusitanas, pasando por Soria, Segovia, Ávila y León. Todo lo que era el límite del reino se llamaba Extremadura. Extremadura era el conjunto de los territorios que limitaban el reino.
Afortunadamente el nombre no nos ha derrotado ni inhabilitado para acometer riesgos y aprovechar oportunidades, pero quiero que sepan muchos españoles confundidos con nuestro nombre, que si a España le azotara una sequía de varios años, consecuencia del calentamiento del Planeta, la última región que se quedaría sin agua sería Extremadura, esa tierra que algunos siguen considerando equivocadamente que es extrema y que es dura.
Comprenderán que en estos momentos, en los que ya hace dieciséis años que abandoné la actividad institucional, ya no pida nada para mí y, por eso, me atreva a pedirles confianza en la política. Sin ella los pueblos no avanzan. Cuando la política hizo posible que España, y por lo tanto Extremadura, ingresaran en la Unión Europea, por ejemplo, fueron muchos los que no creían que pudiéramos competir y que las cosas nos fueran mejor. Hoy, sin embargo, todos sabemos que la política llevaba razón, y que España y Extremadura en Europa son un País y una Región infinitamente mejor que cuando estábamos aislados por los Pirineos y aislados por la falta de infraestructura viaria.
De igual forma, siempre se ha dudado de la promesa de los políticos respecto a la mejora de nuestras infraestructuras que hoy, y gracias a la política y a los políticos, son infinitamente mejores que cuando ningún político se sentía responsable de nuestra suerte como pueblo. Un tren de alta velocidad completaría las mejores posibilidades de desarrollo que jamás tuvo nuestra tierra.
“Pasamos de la política” dicen con frecuencia algunos jóvenes, al mismo tiempo que reclaman trabajos fijos y viviendas asequibles. Pues bien, sólo la política, solo los políticos, puede dar respuesta a esas justas demandas, porque si no existiera la política, si no existieran los políticos, el mercado haría el trabajo cada vez más precario y la vivienda cada vez más cara.
La confianza en nosotros y en nuestras posibilidades es la palanca que nos permitirá avanzar más rápido y más seguros. Huyamos de aquellos mensajes que nos acomplejan y nos incapacitan para descubrir la verdad de lo que hemos hecho y podemos hacer.
Confío en que seremos capaces de seguir poniendo en positivo nuestra capacidad para haber hecho lo que hemos hecho, viniendo de donde veníamos. Ya me hubiera gustado haber visto qué hubieran sido capaces de hacer otros pueblos si hubieran partido de nuestra posición.
Aprovecho este cuarenta aniversario para dejar constancia de mi agradecimiento a todos los hombres y mujeres que me ayudaron en la hermosa pero difícil tarea de crear una región con futuro, independientemente de su ideología, de su pensamiento, de su forma de ser.
Tuve que “romper algunos cristales” para que el resto de España supiera que estábamos aquí y que exigíamos nuestra parte de trabajo, pero también de atención por lo que somos y por lo que hacemos. Sentí, desde el principio de mi mandato, hace ya cuarenta años, que los extremeños habíamos querido a España más que España nos había querido a nosotros. Quise, y creo que lo hemos conseguido, que se equipararan los afectos entre el resto de España y Extremadura.
No tuve más remedio que molestar en algunas ocasiones para contrarrestar las ofensas que de tanto en tanto, se nos hacía como cuando, por ejemplo, se pretendió identificar a todo un pueblo con un desgraciado crimen sucedido en un punto de nuestra región.
Tengo el convencimiento de que los éxitos del pueblo extremeño van a ser mayores en los años venideros, puesto que si en las peores circunstancias fuimos capaces de hacerlo bien, de hacerlo muy bien, ahora, con las condiciones que hemos creado entre todos, estoy seguro que lo vamos a hacer mucho mejor.
Extremadura ha tenido un desarrollo formidable en sus últimos cuarenta años, pero el mundo no se ha parado y, mientras tanto, también ha crecido y ha experimentado cambios vertiginosos.
Cada día más, el desarrollo de un territorio tiene más y más que ver con la manera en que sus habitantes lo valoran. Y ahí está el ejemplo de la deslocalización de las sedes sociales de más de tres mil empresas de Cataluña para avalar lo que digo.
En este sentido, ¿cómo nos vemos, cómo percibimos los extremeños nuestra propia imagen?
Pese a esos esfuerzos que la sociedad extremeña en su conjunto viene realizando en las cuatro últimas décadas, seguimos a veces anclados en una percepción negativa de lo nuestro.
Nos encanta presumir de nuestras fiestas y de la capacidad de diversión de nuestra gente, pero pocas veces ponemos el mismo tesón en presumir de nuestros investigadores, nuestros literatos, nuestros empresarios, nuestros músicos, nuestros sanitarios, nuestros profesores, de la profesionalidad de nuestros trabajadores.
Y además, parece que en cuanto alguien sobresale de la mediocridad en algún terreno (económico, cultural, social, o artístico) hay siempre voluntarios dispuestos a ponerlos bajo el foco de la sospecha. Cuando los contratos y los proyectos se los llevaban exclusivamente empresas y profesionales de fuera de la región, nadie decía esta boca es mía. Pero, en cuanto empezaron a aparecer empresas, profesionales, artistas extremeños, capaces de competir con los de fuera, de hacerlo tan bien o mejor, e incluso expandir su actividad en otros lugares, saltaron las alarmas y quienes estaban cómodamente instalados en su estatus de mediocridad pusieron el grito en el cielo. Es un cainismo que nos perjudica de una forma muy grave.
¿Nos hemos parado a pensar de qué manera nuestra propia negatividad contribuye a que los demás tengan una visión negativa de Extremadura?
Pongamos un ejemplo. Estamos en un mundo muy cambiante, en el que la movilidad profesional es algo habitual y en el que la materia prima más importante, la inteligencia, no tiene que estar ligada a territorios concretos. En este contexto, cuando un profesional cualificado se plantea cambiar de residencia, lo que hace es valorar si su nuevo destino reúne lo que todo el mundo ha convenido en calificar como calidad de vida.
¿En qué consiste esa calidad de vida? En disponer de un buen sistema sanitario, en tener acceso a una educación que garantice la formación y el desarrollo intelectual de los individuos, en encontrar facilidades de acceso a una vivienda sin tener que pasar el resto de tus días compartiendo la propiedad con una entidad bancaria y teniendo que trabajar, casi en exclusiva, para poder pagarla. Estas son algunas de las cuestiones básicas que alguien tiene en cuenta a la hora de plantearse un cambio de residencia. En todas ellas Extremadura puede dar respuesta de primer nivel, por encima de otros muchos lugares de España y, sin embargo, nosotros somos los primeros que ni nos molestamos en intentar transmitir a los demás esos valores.
Si nosotros no somos los primeros en creernos las aportaciones positivas que nuestra tierra está haciendo en muchos ámbitos, es muy difícil que consigamos que fuera de Extremadura nos perciban de otra forma que con los estereotipos que nos han acompañado durante décadas: una tierra atrasada, sin posibilidades de progreso, abocada a la emigración, con gente simpática y agradable pero poco eficiente, etc.
Estos son los tópicos y contra ellos debemos rebelarnos pero, para eso, debemos ser nosotros los primeros en poner en valor lo propio, sabiendo diferenciar lo que es merecedor de nuestro aplauso y lo que es una mera anécdota de la cual es exagerado sentirse orgulloso.
¿Cuántos miles de euros nos cuesta al día la imagen negativa de Extremadura que algunos están empeñados en no desmontar de una vez por todas?
En nada ayuda esa falsa imagen si se trata de fijar la población en nuestra tierra, de evitar que los jóvenes, que hoy en día poseen una preparación de la que no dispusieron otras generaciones, se queden aquí y puedan arraigarse personal y profesionalmente; de evitar que entren en la universidad asumiendo sin más que al acabar se tendrán que marchar de Extremadura, sin hacer el más mínimo intento de buscar posibilidades entre las muchas que ofrece nuestra región. Y es que algunos se han empeñado en seguir con la canción de siempre de que Extremadura es el trasero del mundo. ¿A quién le viene bien seguir cantando esa fea y anacrónica canción?
Algunos decidieron que en lugar de arrimar el hombro en un esfuerzo común que beneficiara a Extremadura, era preferible instalarse en el pesimismo, en el catastrofismo, en la recreación de una leyenda negra sobre nuestra tierra. Todo con tal de exacerbar nuestros defectos, que como todos tenemos, y minusvalorar y empequeñecer nuestros aciertos y éxitos. Es la táctica del cuanto peor mejor, en la que parece encontrarse tan a gusto algunos en nuestra región.
La Extremadura de nuestros días es una región llena de nuevas posibilidades; algunos lo saben ver pero, por desgracia, puede ocurrir que incluso los extremeños con capacidad, visión y tremendas ganas de quedarse a vivir en Extremadura acaben sintiéndose incomprendidos y poco valorados en nuestra región. Ellos, que sí han entendido cómo funciona este mundo globalizado y se han atrevido a seguir aquí y competir fuera, puede que un día se cansen y decidan irse a otro sitio donde les comprendan y las cosas les resulten más fáciles. Para evitarlo comencemos por valorar más la región en la que vivimos y las posibilidades en las que estamos inmersos. Para evitarlo comencemos por apreciar más lo que hacemos y lo que somos.
Para rescatar la Extremadura que queremos debemos abandonar la otra cara de la región. La cara que la pone en peligro. Debemos abandonar la Extremadura resignada en la que sólo se puede hacer lo que vemos hoy y lo que los actuales recursos nos permiten; abandonar la Extremadura desconfiada que siempre cree que detrás de toda oferta hay una trampa y el juego no es colaborar, sino descubrir el engaño. Véase si no el ejemplo de la urbanización de Valdecañas que se intenta demostrar que llevaban razón aquellos que desconfiaban de esa instalación para, a continuación quejarse de la falta de inversión empresarial en nuestra tierra. La Extremadura que solo le da importancia a discutirlo todo y que no se compromete con acciones responsables. La Extremadura que opone tradición a cambio, calidad de vida a progreso, estabilidad y solidaridad a capacidad emprendedora. La Extremadura positiva es esa sociedad donde todo es posible y en donde el equilibrio supone un importante trazo diferencial respecto a otros territorios.
La Extremadura que ha vivido ya cuarenta años de Autonomía ha de ser un proyecto de todos los extremeños, en el que la sociedad civil centre al máximo su protagonismo. Hay que trasmitir que Extremadura es de todos y que hay que construirla entre todos. Todos los extremeños deberían sentirse como trabajadores y accionistas de una empresa con gran futuro. Los extremeños que viven dentro y que viven fuera.
Mi deseo, junto con la felicitación por el cuarenta aniversario, es que hay que superar el desfase existente entre la Extremadura real y la Extremadura percibida, tanto en el conjunto del Estado como en el propio territorio, fundamentalmente en el propio territorio.
Juan Carlos Rodriguez Ibarra
Presidente de la Junta de Extremadura durante 24 años (entre 1983 y 2007)