Carta de Pedro Sánchez Pérez-Castejón

Dignidad, democracia y transformación
Cumplir 40 años, como hace ahora el Estatuto de Autonomía de Extremadura, invita siempre a la reflexión. Supone un plazo lo suficientemente amplio como para haber alcanzado ya ciertas metas y expectativas. Y, al mismo tiempo, sigue quedando mucho camino por recorrer.
Es, pues, un buen momento para que Extremadura se mire en el espejo, y estudiar con atención qué imagen refleja. Contrastarla no solo con las viejas postales y fotografías del pasado, sino también con lo que vemos cuando cerramos los ojos y pensamos en el futuro que deseamos.
Decía el Preámbulo al Estatuto que la historia ha sido poco generosa con los extremeños que ayudaron a escribirla. Quizá sea cierto. Quizá la historia haya sido mucho menos generosa con Extremadura que Extremadura con la historia. Y por eso creo que celebrar este aniversario sirve precisamente para ver cómo hemos saldado esa cuenta pendiente.
En primer lugar, con dignidad. Porque una de las convicciones más poderosas que siento desde muy joven es la de que no hay progreso posible sin dignidad.
La aprobación del Estatuto de Autonomía de Extremadura el 25 de febrero de 1983 fue la expresión de la dignidad del pueblo extremeño, en su identificación como actor protagonista del pasado, el presente y el futuro de España. De su voluntad de ser, de reconocerse y de proyectarse, dotándose de los instrumentos y de las instituciones necesarias para asumir su propio destino con lealtad y determinación.
En segundo lugar, con la renovación del compromiso de esta tierra con los valores democráticos. Resulta entrañable pensar que aquel 25 de febrero se tendió un puente que nos unía a figuras extremeñas claves en la historia del constitucionalismo español y de la conquista de las libertades. Por encima de las aguas ingratas de la historia, el legado de Diego Muñoz Torrero, Antonio Oliveros y Sánchez, Francisco Fernández Golfín o Bartolomé José Gallardo triunfaba al fin. No me cabe duda de que se habrían sentido orgullosos de la nueva Extremadura que nacía ese día. Y en tercer lugar, con transformaciones concretas y decisivas. La constitución de Extremadura como Comunidad Autónoma no solo ha servido para revertir décadas de abandono y maltrato, impulsando un ciclo de crecimiento económico y de cohesión social sin precedentes; también ha asentado los cimientos de un futuro que solo puede contemplarse con confianza e ilusión. En estos cuarenta años, Extremadura ha contado con gobiernos profundamente comprometidos con los principios de justicia y progreso que esta tierra reclamaba. Gracias a ello, está por fin en situación de aprovechar todo el potencial de su capital humano, material y natural, y participar de los cambios que van a condicionar nuestro mundo durante los próximos años desde una posición de liderazgo.
Esa es, indiscutiblemente, la imagen que hoy contempla Extremadura cuando se mira en el espejo.
La de un rostro que ha sabido convertir las esperanzas en logros, y hacer realidad presente esa nostalgia de futuro que también se citaba en el Preámbulo. "'Lejos tanta noche oscura!", proclamó Rafael Alberti en su visita a Badajoz en 1985. Atrás, muy atrás quedaban aquellos versos que dedicara cincuenta años antes a los niños extremeños, a quienes, decía, les habían robado el calor de los vestidos y la alegría de los juegos.
Medio siglo después, la realidad era totalmente distinta. Una realidad de paz, de "alta vida y viento en calma". Y concluía: "¡Para siempre en primavera I la tierra de Extremadura!".
En eso consiste exactamente el progreso: en ser capaces de darle la vuelta a la historia, con el único fin de mejorar la vida de las personas. Es por ello un honor y un placer unirme a esta celebración, en reconocimiento agradecido por la contribución de Extremadura al avance de España en estos cuarenta años. Y hacerlo con el convencimiento absoluto de que esa espléndida primavera que tanto merece no ha hecho más que empezar.
Pedro Sánchez